Por Pablo Maolchatha, psicólogo.

No es secreto para nadie que desde antes del nacimiento somos nombrados por alguien. Una elección donde, generalmente, nuestros padres participan activamente buscando un nombre que nos identifique.

Según el artículo 7 de la convención de los derechos del niño de la UNICEF (2015), resulta fundamental que todo niño y niña sea nombrado inmediatamente después del nacimiento, lo que nos asegura poder inscribirnos en lo legal y también en lo social, es decir, desde otros y otras seremos llamados con nuestro nombre.

Si bien, generalmente responderemos al nombre que se nos ha asignado, se posibilita también la idea de pensar qué pasa con quienes no se sienten identificados con su nombre de pila, e ir más allá, pensando en qué pasa con todos los niños y niñas que no se sienten identificados con su sexo biológico y en el que el nombre resulta ser muy importante a la hora de hacer distinciones de este tipo, específicamente, de género. Pues bien, he ahí uno de los grandes problemas a los que se ven enfrentados, teniendo en consideración que nuestro nombre debería identificarnos, significarnos y ser parte de nosotros, por lo que debiésemos sentirnos relativamente “a gusto” con esa elección.

La infancia “trans” supone muchos retos, uno de ellos es llegar a poder reasignar no solo un género, sino también un nombre que dé cuenta de lo que somos y de cómo somos. Muchos niños y niñas trans tienen la posibilidad de escoger dentro de la gran gama de nombres que existen solo “uno” que tenga un valor para ellos, que los signifique de manera completa. Es ahí donde respetar este derecho tan fundamental de llamar a un niño o niña trans por el nombre que ha escogido resultará sumamente aliviador en tanto a lo que significa poder ser “uno mismo”.

Cuando se habla de derechos de infancia y ponemos en la mesa el “nombre” no solo se infiere que debe cumplirse de manera legal, sino que también a nivel social. Debemos como adultos poder cumplir y respetar esto, que resulta tan fundamental para la vida misma; el que no solo los otros puedan escoger nuestro nombre, sino que también cada niño o niña, merece decidir cómo quiere ser llamado, cómo quiere ser escuchado y cómo quiere ser identificado; entregándole así una oportunidad para ser protagonistas de su propia identidad. Después de todo, sin nombre, no podemos ser nombrados.